martes, 7 de julio de 2015

EL PODER DE LAS SITUACIONES

Cuando el calor de estas noches que se confunden con días no me deja dormir pienso en mí, pienso en tí, pienso en ella: en la Psicología.

Se dice con frecuencia que quienes la estudian lo hacen con el fin de entenderse a sí mismas y las causas de su enajenación, de ahí la desconfianza, poco menos que generalizada, hacia su labor y los resultados de la investigación en este campo. Falso. Casi tanto como que nuestros antecesores, al asentarse en el interior de ésta, nuestra Península ibérica, lo hicieron por lo bondadoso de su clima (nota de la autora: escribir no es fácil con este caloret, tampoco ignorarlo).

La utilidad de la Psicología, como la de cualquier otra ciencia social, radica en que nos ayuda a comprender cómo nos comportamos las personas en sociedad, cómo nos relacionamos y cómo ante una experiencia traumática tendemos a levantar muros que nos alejan de quienes antes nos eran próximos. Y es que "somos con otros" (Ubuntu!) y, con demasiada frecuencia, "contra otros". Somos "zoon politikón" (porque lo griego está de moda).

Sirva lo anterior como introducción al interesante libro "El efecto Lucifer. El porqué de la maldad", de Philip Zimbardo. En él se analiza un experimento realizado en agosto de 1971 en la Universidad de Stanford, consistente en la simulación de la vida en prisión con un grupo de estudiantes que asumieron los roles de reclusos y carceleros. Los resultados son muy llamativos y han servido para explicar otros fenómenos que se han dado a lo largo de la historia, como el exterminio de personas en los campos de concentración nazis o los abusos realizados por soldados estadounidenses en la prisión de Abu Grahib. Intentar resumir tan denso libro o sacar mis propias conclusiones sería casi tan arriesgado como pedir el peinado de Rihanna en una peluquería de Torrijos, así que prefiero citar textualmente un pasaje que me parece fundamental y quedarme con mi melena de perro de aguas.

"LA IMPORTANCIA DE LAS SITUACIONES

Dentro de ciertos entornos sociales que tienen poder, la naturaleza humana se puede transformar de una forma tan drástica como la transformación química del doctor Jekyll en míster Hyde en la rica fábula de Robert Louis Stevenson. El interés que ha seguido teniendo el Experimento de la Prisión de Stanford (EPS) a lo largo de tanto decenios se debe, creo yo, a la sorprendente transformación del carácter que se produjo en el experimento, al hecho de que unas personas buenas se convirtieran de repente en unos carceleros que actuaban con maldad o en unos reclusos que manifestaban una pasividad patológica en respuesta a las fuerzas situacionales que actuaban sobre ellos.

Es posible inducir, seducir e iniciar a buenas personas para que acaben actuado con maldad. También es posible hacer que actúen de una manera irracional, estúpida, autodestructiva, antisocial e irreflexiva si se las sumerge en una situación total cuyo impacto en su naturaleza haga tambalear la sensación de estabilidad y coherencia de su personalidad, su carácter, su moralidad.

Queremos creer en la bondad esencial e invariable de la gente, en su capacidad de resistir ante las presiones externas, de evaluar de una manera racional las tentaciones de la situación y rechazarlas. Otorgamos a la naturaleza humana unas cualidades cuasi divinas, unas facultades morales y racionales que nos hacen ser justos y sabios. Simplificamos la complejidad de la experiencia humana erigiendo un muro aparentemente infranqueable entre el Bien y el Mal. En un lado estamos Nosotros y están los Nuestros, los que son como nosotros; al otro lado de ese muro colocamos a los Otros y a los Suyos, a los que son como ellos. Paradójicamente, al haber creado este mito sobre nuestra invulnerabilidad  a las fuerzas situacionales, nos hacemos aún más vulnerables a ellas por no prestarles suficiente atención.

El EPS, junto con muchas otras investigaciones de las ciencias sociales (...), revela un mensaje que no queremos aceptar: que la mayoría de nosotros podemos sufrir unas transformaciones inimaginables cuando estamos atrapados en una red de fuerzas sociales. Lo que imaginamos que haríamos cuando nos encontramos fuera de esa red puede tener muy poco que ver con aquello en lo que nos convertimos y con lo que somos capaces de hacer cuando nos vemos atrapados en ella. El EPS nos dice que abandonemos la noción simplista de un yo bueno capaz de dominar las situaciones malas. La mejor manera de evitar, impedir, cuestionar y cambiar esas fuerzas situacionales negativas es reconocer su poder para infectarnos como han infectado a muchos otros que se han hallado en situaciones similares. Haríamos bien en interiorizar el significado de las palabras de Terencio, el autor romano cuando decía: Nada de lo humano me es ajeno.

Es ésta una dura lección que la historia nos ha dado en incontables ocasiones: la transformación de la conducta de los guardias de los campos de concentración nazis o la transformación que provocan sectas destructivas como el Templo del Pueblo de Jim Jones o la secta japonesa Aum Shinrikyo. Los genocidios y las atrocidades de Bosnia, Kosovo, Ruanda, Burundi y, últimamente, de la región de Darfur en el Sudán, también nos dan ejemplos sobrecogedores de personas que renuncian a la humanidad y la compasión ante el poder social y las ideologías abstractas de la conquista y la seguridad nacional.

En un entorno situacional adecuado, cualquiera de nosotros puede acabar repitiendo cualquier acto que haya cometido antes cualquier otro ser humano, por muy horrible que pueda ser. Este conocimiento no excusa de ningún modo la maldad; más bien la democratiza y distribuye su culpa entre personas comunes y corrientes, en lugar de centrarla en los malvados y los déspotas, en los Otros en lugar de Nosotros.

La principal y más sencilla lección del EPS es que las situaciones tienen importancia. Las situaciones sociales pueden tener en la conducta y en la manera de pensar de personas, grupos y dirigentes unos efectos mucho más profundos de lo que creemos. Algunas situaciones pueden ejercer en nosotros una influencia tan poderosa que podemos acabar actuando de una manera que nunca habríamos imaginado.

El poder situacional se hace notar más en entornos nuevos, en entornos donde la gente no puede recurrir a unas directrices previas con las que guiar su conducta. En estas situaciones las estructuras habituales de recompensa son diferentes y no se cumplen las expectativas; las variables de la personalidad tienen muy poco valor predictivo, porque la persona imagina sus actos basándose en sus reacciones anteriores en situaciones que no tienen nada que ver con la nueva situación a la que se enfrenta, como en el caso de los reclusos y los carceleros de nuestro estudio.

Así pues, siempre que intentemos entender la causa de una conducta extraña o atípica, sea propia o ajena, debemos empezar por un análisis de la situación. Sólo deberíamos dar prioridad a un análisis de la persona (genes, personalidad, patologías, etcétera) si el estudio a fondo de la situación no nos ayuda a entender su conducta. Según mi colega Lee Ross, este enfoque nos invita a practicar lo que él llama benevolencia atributiva. Dicho de otro modo, en lugar de empezar culpando al autor del acto, somos benévolos y primero estudiamos el contexto en busca de factores determinantes  propios de la situación.

Sin embargo, es más fácil hablar de la benevolencia atributiva que aplicarla porque la mayoría de nosotros tenemos un poderoso perjuicio mental, el llamado error fundamental de atribución, que nos impide pensar de esta manera. Las sociedades que fomentan el individualismo, como los Estados Unidos y otros países de Occidente, han acabado creyendo que la disposición de la persona tiene más importancia que la situación. Al explicar una conducta otorgamos demasiada importancia a la personalidad y le damos muy poca a las influencias situacionales. (...)".

Va por quienes se esfuerzan por construir puentes y estrechar lazos aun desde la comodidad de su atalaya.



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