martes, 20 de enero de 2015

AMOR (III)

Amistad (philia)

 
Consumida la pasión que caracteriza al amor objeto de las últimas entradas, pasado el estado febril de enamoramiento en el que, quiero creer, me habéis imaginado al escribirlas, llegamos a otro tipo de amor: a la amistad o philia. Es ésta una transición del todo natural, pues el enamoramiento simplemente desaparece, lo cual no quiere decir que no quede nada entre los amantes, ya que transcurrido ese tiempo durante el cual la pasión se ha gastado a fuerza de disfrutarla, lo más probable es que se hayan convertido en amigos, en amigos íntimos, de hecho. Con ello la pareja entra en una nueva fase o, quizá, vuelve a la fase anterior a su recíproco enamoramiento, aunque matizada. Y es que no podemos negar que la relaciones cambian como cambian nuestros sentimientos y las circunstancias en las que nos hallamos, lo que provoca que así como los amantes pueden acabar siendo amigos, quienes en principio eran sólo amigos, pueden acabar convertidos en amantes. Eso sí, vivir con la esperanza de que tu amigo, del que estás enamorado, te acabe correspondiendo, no se lo aconsejo a nadie. Pero ese es otro tema.
 
Dice Aristóteles en referencia a este tipo de amor del que ahora tratamos, la amistad: "Amar es alegrarse". Alegrarse por la existencia del amigo, por el hecho de compartir la vida con él, por coexistir. Es también desear lo que no falta. Necesitar a otro, si no intensa y constantemente, como en el amor-pasión, sí perceptible y continuadamente. Claro que aquí, como en tantas otras cosas, se admite la graduación en función de lo íntimo de la relación y de las experiencias compartidas.
 
Amigos íntimos se tienen pocos. Todo el mundo lo dice, pero no explica el porqué. Tal vez porque mantenerlos exige un esfuerzo, cuidar la relación, preocuparse por el otro tanto o, incluso, más que por tí mismo y eso, queridos lectores, es algo a lo que no todo el mundo está dispuesto. Sin embargo, quien tenga o haya tenido un amigo de verdad, de esos que hacen que tu vida sea mejor, que marcan la diferencia, con el que te irías a cualquier sitio sin previa reserva y en un tren de mala muerte, sabe que merece la pena. Merece la pena abrigarse con el protocolo de quien se pone un traje antiébola y cruzar Madrid, Toledo o cualquier otra ciudad de la Meseta polar española y compartir con tu amigo ese momento de felicidad (suya o tuya) o de sufrimiento (suyo o tuyo). La vida, dicen, son momentos, y los mejores, esto lo digo yo, son los que se comparten con amigos, a ser posible, íntimos.
 
Con semejante reflexión termina "Hacia rutas salvajes", película que no me gustó nada, pero en la que, curiosamente, no he dejado de pensar desde entonces: "Happiness is only real, when shared". Demasiado tarde para entrar en razón, rebelde "güey".
 
 
 
 
 
 
 


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