domingo, 9 de noviembre de 2014

AMOR (I)

Hace no mucho tiempo leí un libro muy interesante. Lo leí, lo disfruté y lo olvidé. Así ocurre con muchas de nuestras experiencias vitales, ¿verdad?. En realidad, lo que nos marca no es tanto ese libro, esa película o esa canción, sino las circunstancias en que los descubrimos. El “yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset que ya mencioné en mi anterior entrada. Un ejemplo clásico: esa canción pastelosa hasta la caries que pase el tiempo que pase te va a seguir recordando a esa persona por la que lo hubieras dado todo, pero que probado un trocito se llenó hasta el hartazgo. Esa misma canción no habría llamado tu atención, no se habría incrustado en tu memoria selectiva y no seguiría erizándote el vello o sacándote una irónca sonrisa (no seamos fantasmagóricos con la invocación al vello en punta) si no fuera por la circunstancia de enamoramiento febril en que te hallabas. Ojo, esa canción puede ser un temazo de ayer, hoy y siempre, un prodigio musical, pero no es mi caso, ¿qué le voy a hacer?. Es como el garrafón: tú no lo eliges, ÉL te elige a tí.

El caso es que las circunstancias en que descubrí aquel libro no me permitieron dedicarle un hueco en mi estrecho cajón de los recuerdos, apremiado por eventos de otra naturaleza que exigían todo mi tiempo y esfuerzo. Y es que nadie me recomendó ese libro. Llegó a mi vida como una ola, como diría “La Más Grande”, y se fue, también, con la marea.

Sin embargo, en circunstancias más favorables ha reaparecido este “enigmático” libro, en el momento oportuno para tratar un tema al que siempre he querido dedicarle unas líneas: el amor. Sí, queridos lectores (oh!), es el tema más interesante, si no para todos, sí, al menos, para la mayoría de las personas; si no siempre, sí, al menos, la mayoría de las veces. Prueba de ello es que el amor está presente en casi todas las películas, series, libros, canciones y poemas. También en la vida real, aunque a veces cueste reconocerlo. “¿Qué es más apasionante que amar y ser amado?”.

Ahora bien, como este tema da para mucho, lo trataremos en varias entradas. No me pregunteis cuántas, pues no me gusta planear más allá de la próxima comida. Sólo diré que “vario”, del latín varius (aquí se comieron la cabeza), significa en plural algunos, unos cuantos según la RAE, así que será más de una entrada (lo que hay que hacer para rellenar hoja).

Dice André Comte-Sponville en el referido libro que el amor es una virtud, aunque reconoce a continuación que no todo el amor es virtuoso y pone ejemplos como el amor por el dinero o por el poder o, a fortiori, el amor por la violencia y la crueldad. Define también la virtud como “una cualidad moral, es decir, una disposición que nos hace mejores, más excelentes, como diría Montaigne (…), o simplemente más humanos”. Siendo a veces una virtud, no puede ser un deber. En este sentido, Kant ha afirmado que “el amor es cosa del sentimiento, no de la voluntad. Yo no puedo amar porque quiera, pero todavía menos porque deba; de ahí que un deber de amar sea un absurdo”.

¿Os imaginais una sociedad en la que todos fuéramos virtuosos y nos amáramos unos a otros? Suena a utopía, más que nada porque nuestra capacidad de amar, no nos engañemos, es limitada. Amamos a un grupo reducido de personas del total con el que nos relacionamos. Téngase en cuenta que cuando hablo de amar, me refiero al amor en sentido amplio, que abarca, según el libro en cuestión, tres tipos de amor: el amor pasión (eros), la amistad (philia) y la caridad (ágape). -Sí, yo también me he quedado loca con este último; creí que Ágape era sólo un bar de copas-. Si el amor no cubre la totalidad de nuestras relaciones, ¿cómo ordenar las huérfanas de amor? Con la moral. Ésta nos dice que actuemos por amor o, como mínimo, como si amáramos. “Se trata de imitar, en nuestros actos, el amor que debería guiarlos o que de hecho los guía, pero como ideal y no como sentimiento real”. Un ejemplo (no tan clásico): un nieto que, por lo que sea, no ama a su abuela, no siente amor por ella, pero sometido a los dictados de la moral actúa como si la amara. En definitiva, “necesitamos la moral en función de nuestra incapacidad, en una u otra situación, para amar”.

¿Qué pasa cuando no puedo o no me da la gana de actuar de acuerdo con la moral, pero tampoco quiero ser objeto de sanción ni de oprobio? Entonces nos situamos en el nivel más básico, el que tan sólo nos exige actuar conforme a derecho, “que es el que se refiere a las relaciones objetivas (diría Hegel)”, y conforme a las reglas de la educación, “que se refiere a las relaciones subjetivas o intersubjetivas”. La diferencia con la moral, entiendo, es que ésta es más exigente que el derecho y que la educación y, quizá por esa razón, menos efectiva. Esto es, derecho y educación nos marcan el mínimo. De ahí, al cielo. Lo que no tengo tan claro es en qué nivel situar eso que he dicho en la anterior entrada de "espera del otro lo que tú le has dado". Está claro que no en el del amor, se queda corto ante tan importante virtud. ¿Demasiado, sin embargo, para el nivel básico? La decisión, queridos lectores (oh, oh!), la dejo en vuestras manos.

Me despido con un fragmento del “enigmático” libro que me ha gustado mucho:

“(...) el espíritu del amor es un espíritu de libertad: cuando el amor es más fuerte que el ego, ya no hay que preocuparse de la moral, ni del deber, ni de la obligación; ya solo hay que actuar por amor, y eso basta”.


1 comentario:

  1. Querida Cecilú,

    Espero leer MUCHO MÁS. :-)
    Un placer de reencuentro, de verdad de la buena.

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