lunes, 6 de octubre de 2014

" No esperes nada de nadie"

La frase que elijo como título de mi primera entrada como blogger no es mía, pero a fuerza de escucharla a personas de las más variada índole y cercanía, temo acabar tomándola como creación propia, fraguada en lo más profundo de mis entrañas. Y temo este hipotético hecho, especialmente, porque en los últimos años de mi ya no tan corta existencia han sido varios los momentos en que me he sentido profundamente decepcionada con la Humanidad en general y con algunos de sus representantes en particular. ¿Por qué mi reticencia?, os preguntaréis quienes ya os habéis apropiado de tan célebre frase, cuyo origen, por cierto, se atribuye nada menos que a William Shakespeare.

En primer lugar, porque no creo que sea posible llevarla a la práctica. Puedes repetirla cada mañana, escribirla en el papel que un imán (souvenir de tus lejanas vacaciones en Benidorm) mantiene pegado a la nevera o tatuártela en cualquier lengua menos en la propia (porque queda más exótico, para qué engañarnos), pero en el mismo momento en el que inicies una relación, por superflua que ésta sea, empieza la maquinaria que nos hace esperar de aquel con quien nos relacionamos que nos trate, al menos, de la misma forma en que nosotros le estamos tratando. Ello, en mi opinión (y siempre en la mía, que a la del resto de la gente no suelo tener tan fácil acceso), responde a una idea mucho más antigua a la presuntamente alumbrada por Shakespeare: a la idea o, quizá mejor, ideal de justicia. En expresión acuñada por los romanos, la justicia consiste en "dar a cada uno lo suyo". Luego, si te diriges a alguien amablemente, ¿no es justo esperar que esa persona responda de igual forma? Y, del mismo modo, si nos comportamos como capullos integrales, ¿no es justo esperar un trato análogo?. No podemos olvidar que el ideal de justicia preside la vida en sociedad desde que "el hombre es hombre" (expresión ésta que utilizo porque quiero suponer que nos remonta a tiempos inmemoriales). Es decir, y con esto cierro mi primer argumento, el ideal de justicia y, por conexión, esperar un trato justo de nuestro congéneres cuando con ellos hemos actuado de forma justa, se halla tan arraigado en nosotros, en nuestra cultura, que dudo mucho que la frase en cuestión pueda llegar a calar de verdad en nuestras conciencias. Tú, que me lees y no estás de acuerdo, detente a pensarlo.

Ahora bien, si este primer argumento no acaba de convencerte, y aunque convencer al eventual lector de estas líneas no es el verdadero propósito de quien las escribe (el verdadero permanecerá oculto, al menos durante esta entrada; dejemos algo de campo al enigma), ahí va otro más.

Espera de mí que te trate bien, con respeto y educación. No pienses que con ello busco caerte bien, ganarme tu favor, tu voto, tu simpatía, ligar contigo. No. Espéralo porque es lo que te mereces. Y si fallo, si te recibo con un mal gesto, una palabra fuera de tono, espera antes de juzgarme, sé benévolo y piensa que quizá mi respuesta equivocada se debe a las circunstancias adversas en que me hallo inmersa y que no he sabido gestionar. Sé justo y benévolo porque tanto tú como yo nos equivocamos, porque somos humanos. Sé justo porque a tí, lo de equivocarte, también te ha pasado antes y es posible que te vuelva a pasar. Sé benévolo y dame otra oportunidad, como la que a ti también te dieron o como la que te hubiera gustado que te hubiesen dado y, en este último caso, disfruta el hecho de haber sido mejor que quienes te negaron aquélla. No te apresures en juzgar a quien tienes en frente si no quieres verte sometido al mismo trato en tu próxima actuación y si, finalmente lo haces, ten en cuenta las circunstancias. El "yo soy yo y mi circunstancia" de Ortega y Gasset.

En resumen, propongo cambiar la célebre frase con la que comenzaba este artículo por otra que incite menos al suicidio. ¿Qué tal un "espera del otro lo que tú le has dado"?